domingo, 23 de mayo de 2010

¡YO SOY EL MEJOR!

Paralelo a los ruidosos escándalos de corrupción en los cuales aparecen involucrados —y embadurnados hasta los huesos, de animadversión social— funcionarios públicos de diversas instituciones, hemos comenzado a experimentar una insoportable jaqueca ante el bombardeo inclemente de productos electorales afanosos por conquistar sillones municipales y regionales, los de “peso liviano”; y el sillón presidencial, los de “peso pesado”. Sonrisas que revelan forzadas imposturas —antes que satisfacción u honestidad—, rostros maquillados que se muestran falsamente jóvenes, y fotografías donde aparecen cuerpos etiquetados hasta lo inverosímil; todo ello ingresa con insolencia a nuestras mentes, perturbando y fastidiando nuestra tranquilidad y sosiego ciudadano al que también tenemos derecho, con el único objetivo de “arrebatarnos” de una y mil maneras el poder que cada uno de nosotros posee, depositándolo en una urna, para usufructuarlo a su libre albedrio, al amparo de una impunidad que da asco. Lo tragicómico en las lides proselitistas de este año, y del que se viene, es la emergencia de aquel personaje de la televisión conocido anteriormente como “el niño terrible”, que de ser un chiste de mal gusto a pasado a ser un fenómeno que arrasa con todas las fronteras de la cordura y la seriedad que, quizá, en algún momento de la política peruana, pudo haber existido, aunque sea fugazmente. Resulta inconcebible que un ciudadano, primero ironice a la sociedad peruana —no sólo al Estado—, y luego pretenda representarla y dirigirla. Barba Caballero aparece como la opción partidaria para los “sin partido”, ofertando una radicalidad que sería capaz de transformarlo todo, asumiendo el papel de “vientre de alquiler” para embriones de organizaciones político-partidarias sin mayores oportunidades. Lourdes, sugiere que si no se puede capturar a lo grande, puede ser a lo pequeño, sin dejar de recordarnos la similitud que ostenta con su colega de partido y ex alcalde de Lima, Luis Bedoya Reyes; mientras que Toledo no puede desencadenarse de su quinquenio “moderado y estable” cuando afirma que ha dejado la “mesa servida”, como tampoco de sus rasgos indígenas para sostener que los cholos también pueden hacer “buen gobierno”, al estilo de la Panaca real prehispánica, evidentemente. Ollanta, más terco que nunca, no tira la toalla y arremete contra todo, con su viciado discurso del nacionalismo, pretendiendo en un mundo globalizado —y no por culpa de un grupo de poder determinado, sino porque ha intervenido y seguirán interviniendo, consciente o inconscientemente, todos los hombres y mujeres del planeta— vender la idea de la autarquía y el chauvinismo, a extremos hilarantes y fabulescos. Todo ello sin acercarnos al actual Jefe de Estado, ya es demasiado para nuestras ciudadanías bastante maltratadas y subestimadas. Porque el actual Presidente de la República, que personifica a la nación y representa a todos los peruanos y peruanas, ha matizado su quinquenio —ya en la recta final y tortuosa, cercada de tropiezos, deslices, bienes raíces, “chuponeos” e indultos humanizados— con sus elocuentes discursos del “perro del hortelano” y de los “ciudadanos de segunda clase”, amén de su “patadita” callejera en la soberanía del compatriota Jesús Lora en plena euforia electoral y mediática. Se ha embestido de una mágica y envidiable aureola de “decencia” e “inocencia” que no han sido capaces de ser carcomidas ni acariciadas por los espinosos tentáculos de la corrupción de los últimos meses y años, revelándonos la vulnerabilidad de nuestro Estado ante la desenfrenada infección neopatrimonialista. Fujimori, desde su “celda” que parece ser de su propiedad (sin intervención de Cofopri), dirige la campaña de su primogénita, sin importarle el peso de la condena que lleva a cuestas, ni las normas que rigen la convivencia fuera de su prisión, aferrándose a la imagen de “Superman” con la que se ha investido, fortaleciendo su “inocencia”. El otro tormento nos viene de los llamados “sondeos de opinión pública” que suben y bajan a los candidatos, como burbujas sometidas a los vaivenes del viento, generando mayores desconciertos, pánicos y pesadillas, en unos más que en otros, coloreando a la coyuntura con esos detalles infantiles de sorpresas, jueguitos, secretos y satisfactorias revelaciones. Pero la competencia febril no es exclusiva de nuestra ciudad capital. También se hace presente en todas las localidades de nuestra patria, reproduciendo las lecciones que los líderes y lideresas nacionales, imparten gratuitamente y sin desmayo. Por ejemplo, por la alcaldía provincial de la nuestra ciudad capital, se ha destapado una cruenta batalla que ya parece estar rosando el pasado y la intimidad de más de uno. Precisamente, Montesinos se ha convertido en un guante que casi todo mundo está usando para golpearse mutuamente. El actual gestor, Luis Castañeda, que en un primer momento nos pareció que no hablaba, y luego, que no es muy hábil para las matemáticas ni para leer líneas de tiempo porque el metropolitano —ese fenómeno que nos han obligado a suponer que solucionará el terrible desorden del transporte público de Lima—, se ha convertido en un objeto de ironías, de ilusiones y de asidero electoral, en tanto la fecha de su inauguración y de su operatividad al servicio de “las grandes mayorías”, está siendo aplazada tantas veces a la coyuntura se le antoje. Esperemos que la similitud con el tren eléctrico de los años 80, sea sólo una coincidencia y no el producto de una perversa y maquiavélica politiquería, inserta en nuestra vida república, desde su primer día. (Y ello sin considerar el desastroso panorama que presenta Lima, con tantas señales de desvío vehicular, destrucciones y construcciones de veredas, pistas y edificios, y desmontes fenomenales por doquier). Susana Villarán no se queda atrás y ya entró al cuadrilátero, golpeando a Kouri que tampoco, como todos, la tiene segura a pesar de su optimismo casi enfermizo. Lourdes, contra Barba; Kouri, contra Lourdes; Bayle, contra todo el mundo; así están las cosas. Otros nombres como Mercedes Araoz, Juan Sheput, María Cuculiza, Salvador Heresi, Gonzalo Alegría y hasta Nadine Heredia, entre otros, también se insinúan detrás del sillón municipal más rico del Perú; pero aparecen y desaparecen al son de “la gallinita ciega”, tomando el pulso a un electorado que cada día se muestra más reticente y jaqueado por las ofertas electorales que los colocan entre la urna y la multa. Pero entre tantos nombres y apellidos, sonrisas joviales y slogan marqueteros y rimbombantes; conversaciones y enamoramientos, promesas y ambiciones; el mensaje de todos ellos y ellas es uno solo: “¡Yo soy el mejor!”… “Ya fuimos”, como dirían nuestros adolescentes de ahora.

miércoles, 12 de mayo de 2010

LOS TORTUOSOS SENDEROS HACIA EL PODER

Evidentemente, la asunción al poder señala derroteros inciertos que impone enormes desafíos a quienes se atreven a recorrerlos y demanda de ellos y ellas, una voluntad indeclinable, una fortaleza sobrehumana y una inteligencia y manejo de información admirables. Adjetivos aceptables y dignos de cultivar y delegarlos a las generaciones venideras; sin embargo, en la práctica proselitista, en la perturbada lucha por el poder, implican actitudes y acciones que resquebrajan patrones éticos socialmente aceptables. Sabemos que las estrategias a seguir son maquiavélicas y se subordinan a la conquista de prosélitos, simpatizantes, aliados y amistades que faciliten el logro de los objetivos. En el aspecto electoral, como corresponde a cualquier democracia moderna, se trata de adentrarse en el fragmentado mercado ciudadano y ofertar servicios, ideas, pensamientos y posibles realidades futuras que coincidan con las que el nicho de mercado seleccionado sostiene, sugiere, muestra o pide. Aun, a sabiendas de lo imposible que resulta el cumplimiento de muchas de las promesas, el aspirante al poder, las repite y sostiene sin descaro alguno. La demanda electoral —imbuida de legítimas necesidades postergadas e ignoradas, no por ello, colmadas de sentimientos y resentimientos—, es tan persistente e impertinente que difícilmente puede obviarse a riesgo de perder su atención y consiguientemente, su consideración a la hora de recibir su respaldo popular. Las estratagemas, las alianzas y pactos bajo la mesa, negociaciones diversas e inconcebibles, fluido intercambio de información, inteligencia y contrainteligencia, a cualquier precio, son recursos necesarios y de mucha ayuda para quienes pretenden tomar el poder por medio del respaldo popular y a través del sufragio universal. El desafío es conquistar simpatías de un electorado complicadamente heterogéneo y dueño de cosmovisiones opuestas, e incluso, irreconciliables. Las costumbres, las tradiciones, la cultura toda (creencias, temores, aspiraciones, sueños y fantasías, etc.) que expresa y forma parte de una determinada sociedad a la cual queremos persuadir, convencer y conmover para que incline su respaldo masivo a nuestro favor, se convierte en un factor ineludible que necesitamos conocer profundamente y poder adentrarnos en sus complicadísimas redes interpersonales e interinstitucionales y salir airosos. Movernos entre los diversos elementos de una cultura determinada y convertirnos en parte sustancial de ella, ser aceptados y admirados, reconocidos y compensados, logrando nuestros objetivos, paso a paso; es lo que se denomina: moverse como el pez en el agua. Y todos los senderos hacia el poder están constituidos de arenas movedizas, fangos y puentes quebradizos, muros de contención y pisos resbaladizos, y nos ofrecen inesperadamente ilusiones y alucinaciones. Tortuosas rutas y sinuosas direcciones. Es el arenal político, como algunos suelen referirse al quehacer proselitista con ansias de conquistar el poder. Y si la guerra es la continuidad de la política con otros medios, como se refirió el general prusiano Clausewitz, podemos parafrasearlo refiriéndonos a la política, como la expresión de una guerra sin el uso directo de armas mortales, donde el medio fundamental no es matar vidas, pero sí, ideas, ofertas electorales, programas de gobierno, gestos, frases, actitudes, en fin, todo lo que pertenezca y muestre el contendor. El poder es tentador, como lo son sus retorcidos caminos, así como los instrumentos, estrategias y tácticas que se nos presentan con la promesa de facilitarnos su conquista.

lunes, 10 de mayo de 2010

LABOR DOCENTE, CALIDAD EDUCATIVA

Cuando la madre va a recoger a su niña, indignada y dolida, le increpa a la profesora, solicitándole una explicación porque su hija de 3 años de edad, presentaba huellas de haber sido agredida en su rostro, la profesora responde: “No sé”, “su niña es una ahombrada, juega con hombres”, “ella se expone”. Esta profesora, “docente de aula” (imagino que muy bien protegida por su sindicato), no tiene idea de la vergüenza ajena que provoca, ni de lo mal parados que deja a los altos funcionarios del Ministerio de Educación que están invirtiendo gigantescos esfuerzos (Art. 8º y 9º, Ley Nº 28044) para que nuestra educación supere la etapa vergonzosa y deficiente que ha tenido. Porque por alguna razón se declaró la “emergencia educativa”. Por alguna razón se ha creado el programa “Mejores maestros, mejores alumnos”. Por alguna razón, nuestros estudiantes, ocupan los últimos lugares en rendimiento académico en el continente. Y por alguna razón, en las evaluaciones censales de docentes, son pocos, poquísimos, los aprobados y aprobadas. Qué ironía, siendo el profesor “un factor clave para mejorar los logros de aprendizaje y la formación integral de nuestros niños y adolescentes”, como enfatiza, Idel Vexler, Viceministro de Gestión Pedagógica. Entonces, nuestra educación está atravesando una etapa difícil; por ello, algunos estudiosos hablan del “fracaso de la escuela”, aquí y en otras partes del mundo, por supuesto. Pero aquí no se trata de “Mal de muchos, consuelo de tontos”. Esta madre de familia, invirtió tiempo, salud emocional y dinero para solicitar formalmente una reunión con los padres de familia y la “docente de aula”, en la que la Directora (“máxima autoridad” de la institución educativa) esté presente. Pero no fue así. La Directora, semanas después, dijo: “Yo soy la máxima autoridad de la I.E.”. Sin embargo, desconocía la reunión que se había realizado, ignoraba los maltratos que la “docente de aula” daba a los niñitos y niñitas que tiene bajo su responsabilidad, e ignoraba que la madre de familia la buscaba desde hace meses para hablar con ella. Obviamente, la Defensoría del Pueblo, ya tomó el caso. Y hasta el momento, ha demostrado, como institución tutelar de los derechos ciudadanos, compromiso, seriedad, eficiencia e interesada en buscar una solución a este grave problema. Porque un docente de aula, bajo ninguna circunstancia, puede declarar: “Me sacó de quicio, y le jalé las patillas”. Además, agregó: “La mamá, me autorizó a jalarle las patillas”. CADER, la Comisión de Atención de Denuncia y Reclamos, instancia del MINEDU, ya tiene conocimiento del caso. El padre y la madre de una de las niñitas agredidas, sólo están esperando, confiando en el Estado de Derecho en el que vivimos, que también estén gestionando este problema con la seriedad y puntualidad que amerita. Porque nadie, absolutamente nadie, debe agredir a un niño o niña. Mucho menos, al interior de una institución educativa, donde hemos asumido, en los últimos años, que es un espacio que le compete garantizar a sus estudiantes, principalmente, un grato ambiente, muy saludable, de salvaguarda a su integridad como personas, y estimulante para el aprendizaje y su desarrollo integral (Art. 53º, Ley Nº 28044, y Art. 42º de su Reglamento). Lo irónico de la situación, lo constituye el hecho que en la reunión donde se presentó todo mundo, excepto la “Máxima autoridad de la I.E.”, el personal docente, auxiliar y administrativo, que estuvo presente, se limitaron a repetir, casi a coro (como una “lección aprendida” en horas de madrugada), que la “profesorcita” era muy “capaz”, “preparada”, con “honor” y que nadie iba a “mancillar su honor” de 15 años de servicio en el magisterio. Además, tiene una “maestría”. Sabrá Dios que otros maltratos y abusos ha cometido o seguirá cometiendo, esta “docente de aula”. No sería capaz, de imaginar mayor sarcasmo, mayor abuso de autoridad, mayor complicidad. Lo podría imaginar en una gavilla de bandidos; pero no, en una I.E. Será por eso que “a falta de aptitudes para determinadas carreras profesionales ha decidido a muchas personas a ingresar en el magisterio”, apunta Luis Jaime Cisneros, miembro del CNE, y con mucho acierto. ¿Y qué dirá el Colegio de Profesores del Perú? (Art. 4º inciso “b”, de la Ley N° 25231; y Art. 14º de la Ley N° 24029). ¿Y el SUTEP? (Art. 5º inciso “c”, de su Estatuto; y Art. 6º inciso “b”, de su Reglamento). O quizá también, alegarán ignorancia.

sábado, 8 de mayo de 2010

TELARAÑA SINIESTRA

El Perú está encaminado a ser un país del primer mundo, aseveró Alan García, en su discursó que dio en la ceremonia de homenaje a los ex presidentes de la Confiep, conmemorando sus 25 años de vida institucional. Todo ello, en medio de una semana donde la siniestra telaraña de la corrupción terminó envolviendo al ex premier y congresista de la República Jorge Del castillo, obligándolo a dejar el cargo de Secretario General Político del partido de gobierno. El “petroaudio” difundido que comprometía al ex Premier en casos de “asquerosa” corrupción —término empleado por el Jefe de Estado, refiriéndose a ese otro escandaloso caso de tráfico y negociado de tierras que involucra a Cofopri—, fue catalogado por la prensa como un misil que lanzó esquirlas a todos lados, infundiendo temor y pánico, a unos; y a otros, deseos de solicitar la vacancia presidencial antes que el país revele mayor podredumbre. Del Castillo solamente se limitó a considerar como “infundadas imputaciones” a las acusaciones e insinuaciones sobre la corruptela que lo envuelve. “Mi lealtad al Apra es hasta la muerte”, afirmó en su carta de renuncia al cargo, como para calmar las ansias de sus opositores y detractores que, quizá, lo quieren no sólo fuera de la competencia electoral, sino, fuera del país. Si bien es cierto la corrupción es un fenómeno difícil de definir, pero fácil de distinguir, identificar y hasta olfatear; es un mal de aquellos que sólo revelan su expansión perversa en el cuerpo social hasta dejarlo en un estado nauseabundo e indeseable. Ya el Plan Nacional de Lucha Contra la Corrupción (concluido en diciembre del año 2008 por el gabinete anterior, en su afán de contribuir a terminar con esta, aparentemente incurable enfermedad que padece el país), señalaba que “El letargo y la pasividad en la aplicación de sanciones a los corruptos y corruptores…, también constituyen una forma de corrupción”. Y precisamente, lo que agrava los casos de corrupción es que una vez descubiertos, difundidos y denunciados, paralelo a la apertura del proceso de investigación, emerge una sensación de impunidad que acompaña todo el proceso, sin importar la presión mediática o ciudadana, a tal punto, que el corruptor y su telaraña corrupta, permanecen con una frescura tan impenetrable como la caparazón de una tortuga o el revestimiento de un molusco. Hasta se atreven a difundir, desde la clandestinidad, videos para presentarse como “perseguidos políticos” (es el caso del prófugo y ex reo, Enrique Crousillat) después de haber participado, en la década anterior, en el embadurnamiento de la institucionalidad del país con esa lacra virulenta. Pero Alan García se ha encargado de desmentirlo, al afirmar que en el Perú existe una democracia total que garantiza la autonomía del Poder Judicial, por lo tanto, no existen “perseguidos políticos”. La Defensoría del Pueblo, en su contribución al combate a esta malignidad moral que está carcomiendo todas las reservas morales de la sociedad peruana, presentó una definición más o menos inteligible para todos sobre este fenómeno. Para la Defensoría, “la corrupción es el uso de una función o recurso público en beneficio privado indebido”. Desde esta óptica, nadie dudaría en calificar e identificar cualquier acto de corrupción, trátese de unos pocos soles o de millonarias sumas. Del mismo modo, el Consejo Internacional para el Estudio de los Derechos Humanos (CIEDH), en una de sus publicaciones del 2009, describe al fenómeno de la “corrupción”, y señala que viene de la palabra latina “corruptio”, que significa “decadencia moral, comportamiento malvado, putrefacción o podredumbre”. Y que tal definición podría utilizarse para describir una descomposición orgánica o material, así como para referirse a una descomposición, deterioro o decadencia moral. Y agrega como ejemplo, a la “perversión o destrucción de la integridad en el cumplimiento de los deberes públicos por cohecho o clientelismo”. Definitivamente, la corrupción no es un fenómeno que ha emergido en este quinquenio, y que terminará con él. Y tampoco se trata que un personaje involucrado, dé muestras de desprendimiento y de honestidad a prueba de balas, como es el caso del congresista Del Castillo al referirse a su predisposición para “renunciar” a su inmunidad parlamentaria. Actitud que para la Fiscal de la Nación, Gladys Echaíz, es una comedia que pretende sorprender a todo el país, insinuando que desconocemos la ley. Ello, corresponde al Congreso, afirmó la Fiscal; no es una decisión individual, acotó. Francis Allison y sus billetes verdes, Enrique Crousillat y su afán de recapturar América Televisión, Nestor Quimper y su red arácnida intercontinental, Cofopri y su obsequioso remate de extensas áreas; son algunos de los casos más “frescos” que nos inducen a pensar que la función pública, en nuestro país, está infectada gravemente por ese virus invencible de la corrupción. Y son casos que traspasan los márgenes de un minúsculo e irónico “escandalete”, causando más que un simple “ruido político”, como dijo Alan García, aludiendo a los últimos “petroaudios”. La lid electoral está en la tribuna, y de acuerdo a los intereses y recursos invertidos en ella, se condicionan las opiniones y pareceres en torno a los casos de corrupción descubiertos y denunciados, minimizándolos o maximizándolos. La ciudadanía, tiene la última palabra.

domingo, 2 de mayo de 2010

LAS PROMESAS ELECTORALES

A pesar de lo fantásticas que resultan las promesas electorales en nuestro país, encuentran acogida en una ciudadanía que siempre expresa tedio frente a ellas. En cierto modo, pareciera inconcebible proselitismo sin promesas, o que éstas constituyen parte fundamental de aquel. No cabe duda, que una promesa electoral como mecanismo de oferta de posibles escenarios futuros y supuestamente deseados por el electorado, se convierte en un “anzuelo” (o “arpón”, según el caso) que permite dirigir el voto en dirección y a conveniencia de los intereses particulares de las agrupaciones políticas participantes en una determinada contienda electoral. No cuenta la racionalidad o coherencia en su contenido. Pueden ser inverosímiles como alucinantes, atrevidas como desarraigadas de todo escrúpulo o patrón ético socialmente aceptable; las hay, exageradas, divertidas, tontas, irreverentes y hasta estúpidas o mentecatas. Las ofertas electorales son tan variadas y contradictorias como los anhelos y deseos de cambio que merodean airadamente en el espíritu ciudadano. Prometer duplicar la remuneración del magisterio, por ejemplo, en un quinquenio y no cumplir; pero aún, expresar que fue una promesa propia del proselitismo y justificarla con el cuento de “combatir” a una dictadura, es decir, fue una embaucada deliberada y confesarla sin vergüenza alguna, sí que es propio de cleptómanos o de engendros semejantes sin otro interés que hacerse del poder para saciar apetitos sociopatológicos o de cualquier otra índole no muy alejada de este perfil. O en otro caso, prometer eliminar la renta básica en la telefonía fija (sabiendo que dicho concepto está regulado, claramente o no, en el respectivo contrato de concesión celebrado con el Estado) y después argumentar infinidad de justificaciones para evitar su cumplimiento, y con inusual desparpajo defender lo indefendible o pretender ocultar lo inocultable; también indica una actitud reprochable e irresponsable en quienes, en calidad de candidatos, diseminan infinidad de ofertas electorales sin siquiera tener la mínima certeza de cumplirlas una vez conquistado el poder. Ello constituye una afrenta a la ciudadanía porque de ella emana el poder que luego ejercerá el parlanchín y demagogo que la atosigó de promesas sinfín. Hasta podría merecer una sanción en tanto la población expuesta a incontables promesas electorales, asume actitudes optimistas y de esperanzas para luego terminar en una situación frustrante y vergonzosa al descubrir que ha sido vilmente engañada. Y sabemos que toda frustración sienta base para generar un clima social propenso a la violencia y al no respeto a la autoridad elegida. Se deslegitima la representatividad política y se carcome los cimientos de una democracia en proceso de consolidación. Se resquebraja toda confianza en el sistema, y no es para menos. A un engaño deliberado, con el agravante que el embustero termina siendo proclamado gobernante, corresponde una respuesta nada pacífica y mas bien, recelosa y reacia a la concertación y al dialogo. Podemos concluir que la vigencia ininterrumpida de promesas electorales incumplidas, manifiesta de quienes se dedican a competir por el poder, una actitud desleal y traidora y merecedora de una pena capaz de implicar la suspensión de por vida de sus derechos políticos; y de quienes son solo receptores —y víctimas— de semejantes mentiras, revela una necesidad de protegerse legalmente ante actitud ingrata y desnaturalizada. Una promesa incumplida, genera en la población burlada por ella, una inclinación hacia alternativas de gobierno no democrático y una gran desconfianza en el mecanismo electoral para elegir representantes políticos. Entonces, la responsabilidad de defender la democracia, recae no sólo en la población electoral, sino y fundamentalmente, en quienes en calidad de candidatos asumen la función de plantear y ofertar planes de gobierno que realmente expresen, no solo una intencionalidad, sino su factibilidad. La promesa electoral irresponsable y atolondrada, es antidemocrática. Y hoy en día, todo acto o dicho antidemocrático, resulta nocivo y tendencioso.