domingo, 24 de octubre de 2010

¡RESPETOS, GUARDAN RESPETOS!

Podríamos sostener que “del anonimato a la fama, hay un insulto”. El improperio del ciudadano Richard Gálvez contra el ciudadano y Presidente Constitucional de la República Alan García, que terminó con una furibunda y anónima —hasta el momento— bofetada contra el segundo, y con titulares que informan, exageran, encienden sensaciones y divierten, pero que no a todos ni a todas, satisfacen; se ha convertido en la noticia de la semana y en un factor de sobrevivencia y de hacer negocio para muchos. Indudablemente, el sensacionalismo en nuestro país, vende; y vende muy bien.
Que el abogado Raúl Sotelo Tamayo se haya presentado como el defensor del ciudadano peruano —joven indefenso, para algunos; malcriado, para otros— que se atrevió a disparar su rabia contra el ciudadano y representante político de todos los peruanos y peruanas, además de señalar que asumirá la defensa sin cobrar un solo céntimo; es otra situación que añade a la escena, un matiz espectacular y novelesco que, no cabe duda, engendrará mayor incomodidad y tedio, no sólo al jefe del Estado, sino a todos aquellos ciudadanos y ciudadanas que ven el sensacionalismo aparatoso que se está generando, relegando a lugares secundarios a otros temas de mayor seriedad e importancia para el país y su futuro.
No obstante, las cortinas de humo no necesariamente son creaciones deliberadas que parten de cero (como el caso de las vírgenes que lloran, o los “saca ojos”, de la década pasada); sino también, aparecen situaciones fortuitas y espontáneas que de pronto se convierten en materia prima para divertidísimas cortinas de humo al mejor postor (es el caso de la “patadita” al ciudadano Jesús Lora; y la “bofetada” a Richard Gálvez). Aparentemente, un poco de sensacionalismo, no le hace daño a nadie. Pero si anublan la visibilidad ante temas como programas políticos en competencia, el escudriñamiento de actas electorales observadas donde cada voto puede definir la victoria o derrota de una candidatura, y por ende, el futuro gobierno de una determinada circunscripción, por ejemplo; sí que importa, y en cierta manera, preocupa y hasta puede alimentar la desconfianza, la incertidumbre y la especulación ciudadanas.
Tanta frivolidad nos cansa a todos, manifestó el cardenal Luis Ciprianai, quejándose de una prensa que hace periodismo fácil y que nos acostumbra al escándalo. Y referente a la conferencia de prensa que realizó en el hospital Rebagliati, Oscar Rachumí, jefe de limpieza de éste hospital, exculpando al Jefe de Estado y auto culpándose de la famosa “bofetada”; el periodista Gustavo Gorriti, sostuvo que las cosas no han quedado claras y que el gobierno debía dar una explicación de los hechos.
El Presidente de la Corte Suprema, Javier Villa Stein, sorprendió a todo el país con sus declaraciones sobre la hipotética bofetada presidencial, tildándola de “Legítima defensa perfecta”, agregando que “sólo un país de maricas permite que se insulte a la gente sin hacer nada”. Al parecer son más las palabras de un potencial candidato electoral que el de un magistrado y titular de Justicia; más aún, cuando concibe que sólo los maricas se quedan callados. Él, en el lugar del Presidente, no sólo hubiera dado una bofetada, sino, un puñetazo, dejó entrever. Las controvertidas declaraciones del abogado Villa Stein, han tocado temas sensibles como el respeto por las opciones sexuales, además de no contribuir a lograr la equidad de género que es uno de los factores que fomenta la violencia doméstica y homofóbica, muy lamentable en nuestro país.
Cuando el jefe de Estado, ofuscado y ofendido declara que a él nadie le falta el respeto; pues, en un país donde la “igualdad ante la ley” se convierte en el principio rector de la convivencia democrática; evidentemente, a nadie, nadie le debería faltar el respeto (sin discriminación de investiduras, color de piel, apellidos, creencias o de cualquier otra índole). Y alegar que su reacción inapropiada —con bofetada incluida, o no— obedeció al imperativo paternal de demostrar firmeza y fortaleza ante la adversidad (porque en el momento del incidente estaba acompañado de su hija Carla García), tampoco justifica la reacción de la que, desde diversos enfoques, ha sido informada por la prensa.
El respeto mutuo, es el principio que debería primar en una democracia como la nuestra, nos recordó la titular de la Defensoría del Pueblo, Beatriz Merino, al exhortarnos a respetar a nuestras autoridades en general, pero a la vez, exhortó a las autoridades a observar “un comportamiento que sea respetuoso de la persona humana”. Asimismo, reafirmó, le debemos respeto a la investidura de Jefe del Estado y representante político de la nación, nos agraden o no, sus actos y decisiones en calidad de funcionario público.
La aclaración de esta situación donde están involucrados dos ciudadanos, pasa por precisar la concepción del acto agresivo. Insulto, para nuestra lengua, es “Ofender a alguien provocándolo e irritándolo con palabras o acciones”; y “ofender”, se describe como “Humillar o herir el amor propio o la dignidad de alguien, o ponerlo en evidencia con palabras o con hechos”. Podemos discrepar si el insulto, la agresión o humillación, de parte del ciudadano Richard Gálvez, ha sido dirigida al ciudadano Alan García o al Jefe del Estado peruano. No obstante, insulto es insulto. “Corrupto” (persona “Que se deja o ha dejado sobornar, pervertir o viciar “) fue el improperio vociferado que causó la reacción de Alan García y la de uno o más de sus agentes de seguridad, como es el caso de Oscar Rachumí Luna, jefe de limpieza del Rebagliati, o miembro del cuerpo de seguridad de Alan García, y antiguo aprista, según algunas investigaciones periodísticas propaladas por los medios.
(Además, habría que preguntarse si “corrupto” es o no insulto para aquel ciudadano que ha resumido en ese adjetivo, en uso de su libertad de pensamiento, la concepción de un político. Como también habría que penar si “ciudadano de segunda clase” o “perro del hortelano”, merecen el calificativo de insulto, o simplemente representan el legítimo ejercicio del derecho a la libertad de expresión que a todos, en igualdad de condiciones, nos asiste. Si a ello le agregamos el término “marica”, el asunto se complica aún más).
Un hecho aparentemente insignificante, nos ha dado lecciones trascendentales en cuanto trae a colación temas fundamentales para la sobrevivencia de la democracia como régimen que regula nuestra convivencia ciudadana. Por ejemplo, la libertad de expresión. Hasta qué límite ella nos faculta a mancillar la honorabilidad de nuestros semejantes. Otro ejemplo, la investidura que da la “representación política”, hasta qué punto es un factor que divide a los ciudadanos en superiores e inferiores, o en mandados y mandantes, cuando en democracia, “somos iguales ante la ley”, y el hecho de cumplirla y hacerla cumplir, nos compete a todos por igual.
De igual modo, hacerse justicia por propia mano, como lo insinuó abiertamente el titular de Justicia, o que, responder a una agresión es acto de “machos” o de “no maricas”; son actitudes y expresiones que poco corresponden a las características de una sociedad que presume de estar integrada por personas en igualdad de condiciones ante la ley. Por otro lado, alegar que los insultos dirigidos a los políticos por parte de la gente, sean actitudes inducidas por la prensa, o por una prensa irresponsable; tampoco es una idea concordante con una convivencia humana que asume a la libertad, en toda su acepción, como uno de sus valores fundamentales.
Y más allá de las acciones legales que se hayan iniciado a raíz de este incidente, tener en cuenta que “toda acción, provoca una reacción”; como que, “todo irrespeto —aunque no necesariamente ni automáticamente, como parece—, genera otro irrespeto”. Como se dice desde nuestros abuelos, “respetos, guardan respetos”.

domingo, 10 de octubre de 2010

VOX POPULI, VOX DEI

Más de seis millones de nuevos electores (en relación a la última elección general del 2006) figuran en el padrón electoral aprobado para el proceso regional y municipal del domingo 03 de octubre, que nos ha dejado el agrio sabor de la euforia ciudadana y el intragable sabor del bombardeo proselitista, con su empalamiento publicitario, desordenado y caricaturesco, que ahora toca a los vencedores, nuevamente, higienizar la ciudad.
Según datos de la ONPE, más de 19 millones y medio de ciudadanos y ciudadanas estaban habilitados para elegir a sus gobernantes municipales y regionales (dentro de ellos, 166,335 son miembros de las Fuerzas Armadas y Policía Nacional), distribuidos en más de 100 mil mesas de sufragio; no obstante, hasta el cierre de la presente edición, el organismo electoral reportaba un ausentismo a nivel nacional cercano al 15 por ciento.
Desde sus inicios, podía verse, una oferta electoral sobrecargada de semblantes sonrientes y promesas variopintas que ansiaban conquistar la simpatía de un electorado cada año más impredecible y desencantado, como desinteresado con todo aquello que tenga que ver o huela a “política”. Aún así, el afán de poder y la gloria de la victoria, paralelo al fantasma de la derrota o la indiferencia ciudadana, no amilanaron a ninguno de los contendientes, a pesar de unos sondeos de opinión, para muchos, absolutamente desalentadores, a pensar en la retirada.
(Un estudio cuantitativo que se realizó para el JNE, días antes del 3 de octubre, sobre el perfil del elector peruano, concluye que sólo el 8% de los ciudadanos tiene mucho interés en política. El 40% se interesa en ella sólo cuando hay elecciones. En cuanto a la percepción de progreso del país, sólo el 29% dice que está progresando. La corrupción y las coimas, son los principales problemas del país, señala el 52% de los encuestados; mientras que sólo el 26% se declara simpatizante de algún partido. Y lo más impactante, el estudio revela que preferimos el orden a la libertad: 49% y 41%, respectivamente).
La fiesta terminó, convirtiendo a muchos sueños en pesadillas, y a muchas pesadillas en una realidad inaceptable e indeseada. Es el caso del distrito de Pátapo, en la provincia de Chiclayo, donde las elecciones han sido anuladas, gracias a la intervención de una turba de vándalos que, por su proceder, podemos deducir que conciben a la voluntad ciudadana como una cosa que puede ser arrebatada con gritos de batalla, improperios e insolencias. Lo lamentable de tan repudiable osadía resulta la inacción de algunos aspirantes a la representación política, o quizá, la complicidad de alguno de ellos, no preparado para la derrota ni apto para asumir que en democracia, hasta los conflictos, obedecen a normas ya establecidas. Similares situaciones se vivieron en Ucayali, Viques (Huancayo), Cujillo (Cutervo), Bellavista (Jaén), Ancash y Arequipa.
Hablando de pesadillas, en el norte peruano, el comportamiento electoral expresado a través del sufragio, ha resultado una dura lección o un samaqueo inolvidable para el partido político gobernante —el más senil de la república—, al no obtener el sillón municipal provincial de Trujillo, Chiclayo y Piura. Es decir, en el norte, la estrella continental ha sido eclipsada por la emergencia y arremetida de otras centellas que ya osan amenazar con conquistar el ambicionado sillón de la “Casa de Pizarro”, en las generales del 2011. El triunfalismo, sumado a la ambición, tiende a enmarañar nuestras perspectivas.
En la provincia de Lima, la historia es otra. No sin antes considerar que el género, definitivamente, no hace la diferencia a la hora de competir por el poder; más aún, un poder donde está de por medio recursos públicos en cantidades tentadoras. Se ha evidenciado, que en la lucha por el poder político —local, regional o nacional—, la naturaleza humana es una sola. Las actitudes particulares dan paso a la emergencia de una naturaleza humana catapultada por la educación y el culto a la “decencia”, pero no eliminada. Definitivamente, los humanos no estamos hechos para la derrota. Menos aún, si se ha invertido hasta lo que no se tiene, por alcanzar la victoria.
Susana Villarán y Lourdes Flores, se han convertido en los íconos, no sólo del ingreso del género femenino a ese antro difuso y poco iluminado de la competencia político-partidaria en nuestro país; sino, de una clara lección que nos ha despejado las dudas respecto a que el maquiavelismo no es exclusivo del mundo masculino. En cuanto al conteo de los votos, al 73,8% de las actas (faltando todavía contabilizar 8,238 actas electorales observadas y 146 impugnadas, en manos del JNE), Villarán obtenía el 38,5%; y Lourdes, el 37,6%. Las décimas y las unidades, minuto a minuto, causan escalofríos en los actores involucrados fervientemente en la contienda. Ello no pasaría de ser un espectáculo cinematográfico, sino fuera por el fantasma del “fraude” en el conteo oficial de los votos, que algunos han resucitado e insinuado sostenerlo si es que las cifras oficiales al 100%, les resultan desfavorables. (A nivel nacional, 1’620,043 electores, anularon su voto u optaron por la opción “blanco”; en Lima, fueron 325,933).
Pero Villarán con esos aires triunfalistas que le aportaron los sondeos a boca de urna, agradece a las personas que le dieron su voto, pero aseguró que gobernará para todos. Mientras que Lourdes, con una permanente sonrisa, dijo que “la verdad es la verdad” y que el ganador se conocerá después del conteo del último voto; sin embargo, sean cual fuere los resultados, ella los reconocerá, porque en democracia hay ganadores como perdedores.
Un dato interesante en la provincia de Lima, respecto a los ciudadanos habilitados para sufragar, es que las mujeres (3’005,724) superan a los hombres (2’896,451) en 109,273. Definitivamente, las mujeres definirán a la ganadora entre las dos candidatas más votadas, en esta provincia. En este caso, puede sostenerse que el machismo —tan nocivo como el feminismo—, aún presente en nuestro fragmentado país, ha jugado un papel secundario. (¡Ojo!, que el machismo está presente no sólo en las actitudes masculinas; también, en las femeninas. Quizá, más en éstas que en aquellas).
La existencia de actas electorales perdidas (ya sea por error de los responsables de su traslado o por otros motivos que tendría que averiguarse) y otra gran cantidad de actas observadas (por falta de firmas o huellas digitales de los miembros de mesa, por la existencia de “error material”, o por falta de claridad en las marcas realizadas por los electores), anunciado por Magdalena Chu, jefa de la ONPE, son factores suficientes que inducen a algunos sectores de la ciudadanía en general o de algunos grupos militantes y simpatizantes en particular, a pensar y dar vida a ese fantasma del “fraude electoral”, en el cual estarían implicados, sostienen los dudosos, miembros de los organismos electorales o militantes de las agrupaciones contendientes, en un endemoniado contubernio.
Evidentemente, la transgresión es un fenómeno omnipresente en nuestra sociedad. Sin discriminar estratos socioeconómicos y diferencias ideológicas, se inmiscuye para perturbar y terminar de resquebrajar aún más las fragmentaciones históricas de nuestro país. Y en un proceso electoral, en el cual se evidencian nítidamente las diferencias culturales —por utilizar un solo término— en dimensiones colosales, se espera de los actores electorales a quienes les compete mostrar imparcialidad y practicar la transparencia —esto es, ocultar sus inclinaciones ideológicas, guardándose de manifestarse a favor o en contra de los contendientes— que, en realidad, lo hagan. Por ejemplo, cuando el jefe de estado expresa que le gustaría que gane la opción más conveniente, o cuando el alcalde de Lima confiesa públicamente que le gustaría entregar su cargo a quien esté dispuesto a continuar su obra; son situaciones que poco contribuyen a la promoción y manutención de la transparencia en el proceso; más aún, cuando los organismos electorales responsables del conteo de los votos, están expuestos a una opinión pública y a un electorado, cada año, más desconfiados y menos esperanzados en una mejora de nuestra convivencia civilizada. Un electorado más propenso a lanzar la primera piedra que al mea culpa… ¿Vox populi, vox dei?