jueves, 30 de octubre de 2014

UN DIOS LLAMADO MERCADO. UN SÚBDITO LLAMADO ESTADO



Más de una publicación ensayan lecturas sobre la relación entre mercado y Estado, y recrean la idea del desplazamiento de éste por aquel. Es decir, el Estado al servicio del mercado. Ese Estado, todopoderoso, que todo lo sabe, que todo lo puede, y que todo lo ve. Ese Estado, ese Leviatán de Hobbes, ese dios terrenal, está ahora al servicio de un mercado cada vez más feroz, más voraz y menos humano. 

Lamentablemente, queramos o no, nos guste o no, encaje en nuestra lógica o no; todo, absolutamente todo, se convierte en una mercancía. Antes que un fenómeno de tipo exclusivamente económico, es un particular y espantoso proceso sin fin, de conversión de materias e ideas, en mercancías. Mercancías, susceptibles de ser usufructuadas de todas las maneras creadas y por crearse, en una entramada red de intercambios donde la humanidad queda presa a merced de cualquier transformación que no estamos aún preparados para imaginar su desenlace. 

Ya no extraña, y es más fácilmente aceptable la frase: “todo tiene un precio”. Hasta el Estado, tiene un precio frente al mercado. El estado, para colmo de males, es una mercancía más, frente a la omnipotencia del mercado. Solo garantiza, protege, promueve y salvaguarda los intereses de un mercado omnipresente, a riesgo de atentar contra la salud de la humanidad, sin imaginar –no tenemos tiempo para ello- sus fatales consecuencias. 

No es posible hallar o construir otra explicación sobre el papel del Estado, el nuestro por lo menos, tan sumiso frente a los requerimientos globales de un mercado cada vez más penetrante y con un perfil alejado de toda humanidad. Es un Estado capturado por el mercado.

Sarcásticamente, los humanos somos capaces de crear cosas, procesos, sueños e ideas inhumanas. El país sangra, el planeta sangra (mientras el Estado se amilana); pero el mercado, se muestra cada día más fuerte, más saludable, más dominante. 

¿Si el Estado no puede contra el mercado, qué será de nuestro porvenir como ciudadanos?

domingo, 26 de octubre de 2014

ABSURDAS MEDITACIONES 3. DEMOCRACIA NUESTRA



 
Pensar, hablar o escribir sobre la inviabilidad de la democracia —entendida a nuestra manera— en nuestro país, es casi un pan de cada día. Quizá en la Francia de las postrimerías del Siglo XVIII, constituía una aberración ideológica; pero hoy en día, en nuestro país, atacado virulentamente por esa enfermedad casi demoniaca llamada corrupción, es una necesidad tan grande que compromete su sobrevivencia.

Por supuesto que la corrupción se vincula a comportamientos ilegales de funcionarios públicos, elegidos electoralmente o no. En este caso, nos preocupa los funcionarios elegidos electoralmente. Aquellos que enaltecen los principios democráticos, el servicio público, los intereses ciudadanos, la libertad política, la transparencia, entre otros, en sus actividades proselitistas electorales. Pero las decepciones que generan una vez elegidos y en el ejercicio del poder, son más grandes que las algarabías de sus mítines de cierre de campaña y de sus caravanas multicolores que cubren las calles y avenidas con éxtasis propios de los alucinógenos.

Se culpa a la reelección o re-reelección, como un factor que provoca los actos de corrupción, y hasta se piensa que prohibiéndolas, curaríamos dicho mal como por arte de magia. Nuestro Congreso va por esa senda, buscando aprobar una norma en ese sentido, pero es una norma que no alcanza a los congresistas, como si ellos, —ironía de por medio— estarían protegidos con algún tipo de vacuna exclusiva para su investidura. 

Posiblemente nos acostumbremos al destape de actos de corrupción como quien descubre un nuevo caso de enfermedad curable; posiblemente vinculemos la corrupción como algo inherente a nuestra democracia, contagia pero no mata; posiblemente asumamos dentro de poco que la única alternativa es vivir con ella aunque nos intoxique, a vivir sin ella porque moriremos. 

(Posiblemente, pienso, es nuestra democracia solo una ilusión adolescente que nos cubre de fantasías, trasladándonos a mundos imaginarios altamente satisfactorios capaces de aislarnos del dolor de la vida real, ocultando nuestras limitaciones e incompetencias, por no decir, nuestra taras de sociedad contemporánea).

Posiblemente sea nuestra democracia una cuestión de fe; creer en su existencia a pesar de las dudas de su viabilidad y de su real existencia, a cambio de sobrevivir —aunque sea— enfermos de por vida. Quizá solo sea una mera palabra lírica para corazones heridos y mentes obstruidas por la gravedad de sus propios dogmas. Quizá nuestra democracia sea una religión que sobrevive compitiendo con otras de su estirpe y naturaleza, nada más... La fe de por medio.

jueves, 23 de octubre de 2014

COMO SI NADA



O es parte del proceso de adaptación, o es parte del proceso de conversión de la novedad en cotidianidad. Décadas atrás, imagino, pudo haber producido tanta estupefacción e indignación que las calles se hubieran llenado de gritos de repudio y frases insolentes, cautivando la atención mucho más que una balacera a plena luz del día.

El caso de corrupción de funcionarios y lavado de activos, investigado por las entidades competentes, destapado en la ciudad de Chiclayo, recién empieza. Pero no podemos negar que tamaño fenómeno delictivo, logró convertir a Chiclayo, en una ciudad con algunas calles y avenidas que no tenían nada que envidiarle a un chiquero de cerdos. 

Nos indignamos, nos quejamos, gritamos, insultamos, pedimos ayuda…, por mucho tiempo. La respuesta: un Estado ausente, invisible, lerdo, inútil. Pero llegó la ayuda: la Fiscalía, Justicia y Policía, intervinieron; y la sorpresa y estupor ante fajos de billetes, artículos suntuosos y propiedades inmuebles evidenciados ante las cámaras, confirmaron las sospechas de la podredumbre decadente que hizo de la suyas durante varios años del gobierno provincial, saqueándolo cual vil “conquistadores” insaciables del siglo XVI.

Sin embargo, después de algunas semanas, todo vuelve a la normalidad; y la indignación y rabia generada en los primeros días del descubrimiento, se desvanecen al son de los discursos lírico-jurídicos del abogado especializado en estas defensas, que hizo su aparición, asumimos, al llamado desesperado de su patrocinado. Algo así como, “Ha robado, es cierto; pero no importa, está enfermo”; o para estar más a la moda: “Ha robado, pero ha hecho obras”.

Ya no sorprende, no asusta, no importa. En este país, nuestro país –aún-, se ufana de ser uno de los países campeones a nivel mundial de productor de casos de corrupción en sus distintas manifestaciones y dimensiones. Es una especie de asalto al Estado, por turnos. ¿Quién sigue…? Como si nada.

viernes, 17 de octubre de 2014

ETERNA CORRUPCIÓN O “EL ESTADO NO SOY YO”





Resulta no muy difícil consensuar la idea de corrupción: “Obtener beneficios propios mediante métodos ilícitos aprovechándome de mi función pública”. Algo así.

Al respecto, ¿qué ha sucedido hace poco? Una encuestadora difunde los resultados de su investigación (en la ciudad de Lima) que indican que la mitad de los electores prefiere una autoridad electa que haga obras, aunque robe. En otros términos, no importa que robe, lo que importa es que haga obras.

Dos conceptos elementales: robar y obras. Lo de “obras” parece ser el más explícito. ¿Qué queremos los electores? Obras. ¿Qué clase de obras? Tangibles, materiales, observables, medibles cuantitativamente: pistas, veredas, parques, plazas, monumentos, escaleras,… cemento, cemento y más cemento. En ello, coincidimos con nuestros gobernantes y autoridades: “obras que se ven, obras que valen”. 

El segundo elemento: “robar”. Algo así como apropiarse de bienes ajenos mediante el uso de la violencia, la fuerza o el engaño. “Que robe pero que haga obras”. La pregunta es: ¿Qué robe a quién? ¿Cuánto? Parece no importar. Al parecer, la idea es que robe al estado, no importa cuánto, pero que haga obras. 

Una idea oculta está en esa actitud o en ese pensamiento. “El estado no soy yo”, y como no soy yo, no me importa que le roben ni cuánto le roben ni cómo. Se desconoce que el estado (mejor con mayúscula, para entenderlo mejor: el Estado), es un ente que no produce; ahora más que nunca, solamente administra -y muy mal, sin lugar a dudas- nuestros aportes, nuestro dinero, MI PLATA. 

El Estado es una especie de animal omnívoro e insaciable que solamente consume gracias a nuestro trabajo, al esfuerzo de nosotros los contribuyentes y ciudadanos que sí producimos. Entonces, el gobernante que roba al Estado, me roba a mí. 

Pero mientras no admitamos esa figura, la corrupción, personificada en nuestras autoridades, continuará asaltando a mano armada a nuestra caja fiscal… quizá, hasta la eternidad. 

lunes, 6 de octubre de 2014

EL DEBATE DE SABER ELEGIR



En épocas de procesos electorales, el debate no permanece o no se circunscribe a los ámbitos propagandísticos ni se limita a la interacción entre candidatos y sus seguidores; se presenta, emerge, fluye, hierve y genera todo tipo de interacciones subjetivas, capaces de perturbar relaciones amicales, conyugales, y aquellas que se dan en transitorios e improvisados encuentros coloquiales, muchas veces entre desconocidos: en la calle, en la unidad de transporte, el paradero, en una agencia de viajes, el mercado, la tienda, el hospital, la iglesia, la escuela, etc.

¿Qué candidato es bueno? Es la pregunta de cajón, como solemos decir los peruanos. Y basta que alguien se atreva a dar respuesta, para que inmediatamente se inicie un debate de esos que no tienen nada que envidiar a los que se dan en nuestro parlamento. Los argumentos y contraargumentos son tan multicolores y heterogéneos que nos proporciona la sensación de estar observando una película de política ficción con un guion elaborado por los especialistas en el tema, más destacados del mundo entero.

Plan de trabajo, propuestas técnicas, perfil ético, pasado honesto, son términos que intercambiamos en defensa o en contra de alguno de los candidatos que van apareciendo en la discusión. Conjuntamente, con estas otras palabras que parecieran pertenecer al mundo de la ficción: honradez, honestidad, sinceridad, probidad, bondad, transparencia, etc.

Uno y otro contrincante en la lid verbal, se esmera en presentar su discurso con la mayor cantidad de “razones válidas”, esforzándose en relacionar al candidato con el futuro gobernante. Es decir, para muchos, ser candidato es lo mismo que ser elegido o ser gobernante electo. En otros términos, un candidato “bueno”, obligatoria y necesariamente, es un “gobernante “bueno”.

Pero tiene un buen plan de trabajo, pero es honesto, es trasparente, es cristiano, es joven, es carismático, es justo, es honrado, es un hombre de fe, entre otros, son los argumentos o razones que presentan los que debaten. Olvidan que un candidato se ubica en un momento proselitista que hace lo que es propio en un mercado: “vender”. Vende ideas, vende esperanzas, vende imágenes, sueños, aspiraciones. ¿Qué quiere ganar? Quiere ganar tu confianza, tu fe, tu poder que te pertenece porque tú eres el soberano, poder que lo entregas en la cámara secreta mediante el sufragio. Quiere que votes por él. Nada más.

Una vez elegido, ya no es candidato, ya no vende. Ya no quiere tu confianza, ya se la diste; ya no quiere tu voto, ya se lo diste; ya no quiere tu apoyo, ya le entregaste. Dejó de ser candidato, ahora es gobernante. ¿Qué quiere? Lo que un gobernante quiere, no necesariamente lo dice en público; no va a la plaza pública a gritar a voz en cuello lo que quiere como gobernante; no lo escribe en las paredes, no lo exhibe en una gigantografía. Solamente él lo sabe.

Un candidato, es un candidato; un gobernante, es un gobernante. Son dos actores totalmente distintos, actuando en espacios distintos, desempeñando papeles distintos. El problema es el elector. Concluido el proceso electoral aún se siente, piensa y actúa como elector; cuando lo que es, es lo que siempre ha sido y nunca ha dejado de ser: un ciudadano. ¡Ciudadano, elige; luego exige!